Hace algunos años, Javier Sampedro, columnista de este periódico, tenía que dar una charla en una universidad madrileña. Se trataba de explicar la mejor manera de divulgar una noticia científica para todos los públicos. Apremiado para que pusiera un título a la conferencia, se quitó el asunto de un taconazo y soltó lo primero que le salió de las tripas: Cómo tragarse un ladrillo. Bueno, ni los hijos de los asistentes querían perdérselo, suponiendo que estarían delante de un faquir. Lo mismo ha hecho en la FIL de Guadalajara la astrónoma Teresa Paneque, que impartió una fantástica clase magistral titulada: Vida extraterrestre, agujeros negros y galaxias lejanas. No se cabía en la sala ni con la puerta abierta.
El éxito de la ciencia es como el de las mujeres, siempre necesita un trabajo adicional respecto al de los compañeros de otro género. Hay que hacerse notar, tratar de conquistar al que escucha y para eso siempre han servido los titulares. Los extraterrestres de Paneque cumplían ese cometido, aunque muy pronto la joven chilena desveló lo que toda la ciencia sabe: si los extraterrestres existen, ella no los ha visto. Si alguna vez pasan por la tierra, difícilmente será un bicho con nariz de trompeta. Y además: “Cuando vengan, no vamos a estar”. No crean que la gente se levantó de sus sillas y la dejó allí plantada, no. La conferencia fue un exitazo.
Hay un turismo de la FIL. No solo van quienes hacen negocios editoriales, los que quieren presentar sus libros o los que tratan de venderlos. Vaya, toda la cadena trófica de las letras, más los periodistas. Están también aquellos que sacan un rato libre para ir a ver a sus ídolos, con los que se acuestan antes de dormir, pasan las siestas o ratos perdidos (ganados) de página en página. Ese es el turismo. Si hay más dinero se incluye hotel y piscina. Y se dan el gusto de seleccionar entre las mil conferencias, aquella que viene mejor a su curiosidad. Este viernes tuvieron la oportunidad de escuchar en directo a una mujer de 27 años experta en formación de planetas que manoteaba hacia el cielo constantemente con una sabiduría y un desparpajo dignos de elogio. Hay joyas inadvertidas entre la luminiscencia de los grandes autores, cuyas conferencias no son siempre las más entretenidas. O, por decirlo en palabras astronómicas, a veces se parecen peligrosamente a un agujero negro.
La ciencia necesita divulgadores de altura. La astronomía se presta. Por más complicado que sea para el cerebro entender la inmensidad o imaginar millones de años luz, opera como la poesía, como el arte: entra en la cabeza por el camino de la fantasía, de una felicidad difícil de describir. Así llegó Paneque a las estrellas. Cómo haya aprendido a divulgar es otra cosa, quizá un don. Le preguntó una niña qué eran los agujeros blancos y ella contestó: “Son como los unicornios, tienen lógica natural, científica, no es más que un caballo con una trompa de rinoceronte, podría ser, pero si existen, la ciencia no los ha visto”. Lo que sí se sabe, añadió después, es que la Tierra es redonda, pero muchos siguen sin creerlo porque es más satisfactorio pensar que ET existe y sabe hablar por teléfono, que quemarse en la ignorancia que exaspera todavía el ser humano sobre tantas cosas que ocurren en esos cielos.